16 de febrero de 2010

16 de febrero: costa este (actualizado!)

Tras repostar en Te Anau y poner los contadores a cero, salimos rumbo a Dunedin. Hemos decidido no bajar hasta Invercargill y no ver los Catlins para así tener algo más de tiempo después en el Monte Cook.

Hoy me doy cuenta por fin de que en esta isla predominan las ovejas. Si hasta hoy había estado la cosa más o menos equilibrada entre vacas y ovejas, e incluso venados, la balanza cae hoy favorablemente hacia el lado ovino. Están por todas partes y en buen número. Sobre verdes prados tipo fondo de escritorio de Windows, en suaves lomas, escarpadas laderas, en el cauce de ríos, algunas en granjas, espectaculares con su lana abultada y otras ya esquiladas por las manos más experimentadas del planeta.

Se nota que aquí se vive del ganado y de forma directa, ya que no hay demasiado turismo asociado a estos animales, como podría ocurrir en Escocia o Irlanda.

Vamos avanzando hacia la costa y el cielo se va despejando mostrándose un sol que calienta bastante siempre que no notes el frescor del viento. Nos desviamos hacia el sur antes de llegar a la costa, para alcanzar el Cabo Nugget, donde intentaremos sacar unas buenas fotos como las que salen en la Revista Lonely Planet.

Llegamos a la costa en Kaka Point (qué nombre) y luego circulamos por una carretera costera que pronto se convierte en camino de arena con una buena pendiente. Ya estamos viendo el Océano Pacífico que aquí se muestra muy tranquilo. Cuando nos bajamos de la caravana corre un airecillo fresco que me hace volver a por algo de abrigo y los prismáticos ya que esperamos ver algo de fauna.

Y así es en breve, cuando empiezo a escuchar unos gritos que vienen de las rocas. Una colonia de focas (fur seals) , mucho más activas que las que vimos en Mildford, y sobre el agua cruzando dirección norte un numerosísimo grupo de cormoranes en formación de V.  Un poco más adelante siguen surgiendo las focas y sus chillidos. No sabemos si habrá algún león marino porque nunca lo hemos visto y no lo distinguimos. Al final del camino que conduce al faro ya van cayendo las primeras fotos. Y junto a éste podemos divisar la inmensidad del océano, un conjunto de rocas colonizadas por más cormoranes y focas, y en el agua flotando sobre una más furioso Pacífico numerosas pardelas que también nos deleitan con algún vuelo ondulante típico suyo. Pero de pingüinos de ojo amarillo no hay nada.

Partimos ahora hacia Dunedin, ciudad de origen escocés, por una carretera que pasa por Balclutha y luego discurre en paralelo a la costa, pero sin divisarla, y cruzando las vías del tren, a nivel y sin barreras, con dos cojones. Cruzamos Dunedin para adentrarnos en la Península de Otago. Circulamos por una carretera estrecha, de doble sentido, por el carril izquierdo pegado a la línea de costa y sin ningún tipo de protección. Tan solo nos separa del agua un estrecho paseo de apenas un metro que hace las veces de carril bici, que en unos kilómetros desaparece.

Nuestra intención es ir a la Bahía Sandfly que hemos leído que los pingüinos de ojo amarillo (hohio) desembarcan pasadas las 4 de la tarde. Esta bahía se encuentra en el lado sur de la península y nosotros nos encontramos en la línea costera que mira hacia el interior de la isla, es decir, hay que cruzar al otro lado de la península. La que nosotros pensábamos que era una península relativamente llana, nos sorprende con empinadas calles, y tortuosas carreteras que se retuercen mientras ascienden al Patrons Hill de 329 m. Pasamos algo de penurias para llegar hasta el aparcamiento de acceso a la bahía, pero llegamos.

Comemos allí y a eso de las 5 bajamos a la playa, por una empinada pendiente de arena que nos recordó bastante a la bajada del Tongariro. Con los pies descalzos ando por la playa mojándome por las aguas frescas del Pacífico que aquí ya se muestra mucho más violento. Al final del a playa está un hide para observar a los temerosos pingüinos que cuentan se asustan con solo nuestras voces, pudiendo provocar que no volvieran a pisar esta playa. Estos animales andan pescando durante todo el día y horas antes de la caída del sol vuelven a tierra firme para alimentar a sus crías y dormir, y es en ese momento en el que les podemos ver. Pero quizá sería un poco más tarde, porque allí no aparece nada ni hay nada que se mueva.

Esperamos un rato, pero desistimos pronto porque queremos ir a ver en el extremo norte del a península la colonia de albatros y allí cuentan que quizá también veamos pingüinos.

Deshacemos la empinada cuesta de arena y emprendemos tortuosa carretera, esta vez en búsqueda de gasolina (lo que consume la bicha esta). Apurando hemos tenido que volver a Dunedin a por gasóleo, y de nuevo tenemos que hacer la carretera que bordea por completo la costa noroeste de la península.

Justo antes de llegar a la colonia de albatros vimos de reojo un bicho muy grande en una playa, retrocedimos y comprobamos con un cartel que se trataba de un león marino, muy grande pero holgazán y perezoso. Dani y el primo le afotaron, y continuamos para adelante.

La colonia de Albatro real que existe en la península de Otago es la única de esta especie que podemos encontrar en tierra firme, de ahí su peculiaridad, y que es un animal que nunca he podido observar. Voy con ilusión pero con derrotismo porque algo me dice que no lo voy a poder ver, como los pingüinos. Y así es, desde ninguno de los miradores podemos observar el trasiego de este gran pájaro. Hay unos paredones tremendos donde hay variedad de gaviotas, más cormoranes, cerquísima, y sobre un árbol tres espátulas.

Del otro lado de la península está Taiaroa Head, con una pequeña playa donde también dicen que podemos ver pingüino azul. De camino a ella, y sobrevolando el centro Disappearing Gun Albatross Colony se muestra la majestuosa silueta de un albatros. Es enorme, en comparación con la mayor de las gaviotas, con una envergadura que llama la atención. Ha sido de soslayo, pero lo hemos visto. Debajo de él se debe encontrar el lugar donde cría, sobre tierra firme con algo de vegetación y restringido el acceso público al lugar. Aquí se me plantea un dilema, y es el acceso libre a la contemplación de la naturaleza. Soy partidario de que o lo puede observar todo el mundo o nadie, y en este caso puedes ver la colonia si pagas por verla. Me parece mal, aunque se esté desarrollando un programa que supone un esfuerzo económico, si la especie es vulnerable a las molestias del humano que no dejen a nadie verla. Si quieren limitar el número de visitantes, que lo hagan, pero no con una restricción económica.

En fin, seguimos intentando ver el albatros surcando el cielo pero no hubo suerte. Bajamos al a playa de Taiaroa Head, cuando empezamos a ver que mucha gente estaba haciendo lo mismo, y se congregaban delante de una malla que les separaba de la orilla. Nosotros nos acercamos, y fuimos un poco más allá a ver otro león marino holgazán. En esto que llegó una chica del DOC que nos pidió que fuéramos detrás de la malla. Entonces se presentó ante un concurrido público, una treintena de personas, y comentó que los pingüinos azules estaban desembarcando últimamente a eso de las 21.20 h, que por favor no hiciésemos ruido, no utilizásemos flashes, les dejáramos el camino libre y tuviéramos cuidado de no pisarles al irnos.

Estupefactos y con los ojos como platos decidimos quedarnos a visualizar tal extraño espectáculo de la naturaleza. La malla, típica de obra, de color verde hacía un pasillo que ascendía el escalón que separaba la playa de donde nosotros estábamos, y se dirigía hacia las escaleras por donde habíamos bajado. Suponíamos que los pequeños pingüinos iban a caminar como por una pasarela de moda delante de nosotros, y eso nos parecía tan esperpéntico como ridículo, pero despertaba nuestra curiosidad.

La oscuridad se iba haciendo dueña de la noche, y la espectación crecía por momentos, con la gente apretujada contra las mallas como en un concierto de Bisbal. En esto que me asomo y veo una estela en la tranquila agua, creyendo que era una foca, pero no, ahí estaban cinco pingüinitos más salaos que el agua del mar, pisando la arena de la playa.

Debíamos tener las pupilas más grandes que la bandera del japón, apenas lográbamos ver nada, pero yo,utilizando los prismásticos aún estando a escasos metros conseguía captar más luz. Y ahí estaban ellos, subiendo por las escaleras.

Mientras esperábamos que desfilaran delante de nosotros fueron llegando más, y más pingüinos, ya no les distinguía. Y de repente había un pingüino azul delante de nosotros, dando saltitos para salvar los obstáculos del terreno. Mientras Dani y el primo se afanaban por sacar una fotografía en tales condiciones y sin que se viera la luz roja, un par de pingüinos se acercaron hasta justo mis pies. Debía estar muy quieto para no pisarlos. Estaba realmente emocionado, pero era ridículo que les siguiera mirando con los prismáticos. Seguían apareciendo más pingüinos y ni cortos ni perezosos un grupo de ellos cruzó el grupo de personas que los observaba. Sin darnos cuenta ya había unos cuantos animales detrás de nosotros intentando subir los escalones o escondiéndose en sus nidos en mitad de la hierba. Y comenzaban a hacer un ruido estruendoso y agudo. Era comparable con la berrea del ciervo.

En mitad de la oscuridad nos queríamos mover pero teníamos el temor de que pisáramos a alguno de ellos. Menos mal que las escaleras estaban tenuemente iluminadas. Subimos para la caravana y marchamos con el jaleo que habíamos dejado abajo.

Decidimos seguir avanzando camino en plena noche, gracias a ello hemos podido hacer el viaje que hemos hecho, pero es realmente agotador, y a mi esa noche me costó mucho mantener los ojos abiertos mientras conducíamos.

Después de tomarnos un Mc Menú en Dunedin, por 10 $NZ subimos por la SH1 camino de Moeraki, y paramos a dormir en Shag Point, un cabo donde quizá mañana podamos ver algún pingüino, esta vez de ojo amarillo.

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