20 de marzo de 2011

Carreteras con encanto: La Alcarria

En días en que los pensamientos torturan, las piernas están cansadas y el sol brilla en lo alto despidiéndose del invierno, encuentro refugio en mi coche y en las estrechas carreteras que tortuosas ellas centran mi pensamiento.

ruta

Así descubrí entre la provincia de Madrid y Guadalajara los paisajes de La Alcarria. Comenzando por el occidente de la provincia madrileña, con sus pueblos que ya conocía: Loeches, Nuevo Baztan, y Villar del Olmo con sus estrechas calles. Aquí empezaba lo nuevo y me sorprendió Olmeda de las Fuentes, escondida en su pequeño barranco. Pezuela en el páramo castizo y Pioz, ya en Guadalajara, rodeada de urbanizaciones, pasaron inadvertidas, pero me animaron a seguir hasta reencontrarme con el Río Tajuña, al Este.  Bajando hacia Loranca de Tajuña llegué a su vega, y la recorrí durante unos kilómetros hasta Aranzueque, pero por ambos pueblos no circulé. Me llamaba poderosamente la atención la carretera que subía por El Esplegar y bajaba hasta Renera. Me sorprendió un cambio de valle hasta el del subsidiario Arroyo de Renera. La carretera ya perdía su línea discontinua central, no había carriles separados, y el arcén se desdibujaba. Tocaba seguir hasta Fueltelviejo, una pequeña villa colgada de una terraza fluvial.

Circulaba en solitario, pero tenía que volver a la nacional que surca la vega del Tajuña para acceder a mi siguiente objetivo. La carretera que conduce a Valfermoso de Tajuña es una estrecha carretera local en no muy mal estado que en 3,5 km nos hace ascender los 200 metros sobre los que se asoma el pueblo a su río. Con una bonita panorámica doy descanso al motor.

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Cambio de vertiente, y junto a otro tributario del Tajuña, el Río Matayeguas, se asienta Lupiana, un animado pueblo por lo que puedo apreciar y con la caeeretera recién reformada y ensanchada, una lástima. En su término municipal se encuentra el Monasterio de San Bartolomé, de la orden de San Jerónimo. Subo hasta él y aparco junto a su acceso principal, bastante cerrado. Andando, para estirar un poco las piernas, recorro la tapia de piedra que lo rodea, y acabo en la entrada trasera donde veo la puerta abierta y gente dentro, con niños, perros y sillas como si de un banquete informal se tratara. Entiendo que el Monasterio, o una parte, ha pasado a manos privadas, y está siendo habitado. Luego compruebo tachado un cartel que anuncia la celebración de bodas y demás banquetes. No tengo muy claro a qué está dedicado hoy en día, lo que sí sé es que las personas que lo habitan viven en una calma absoluta, un silencio solo roto por el vaivén del aire y la diversidad de árboles, que cobijan a una buena cantidad de pajarillos, que cantan a la entrada de la primavera.

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Va siendo hora de regresar, pero no quiero perder la oportunidad de descubrir otros rincones, como el acceso nororiental a Horche, y cruzar por sus estrechas calles. A la salida me encuentro ya con más tráfico y voy abandonando la provincia de Guadalajara para volver a Madrid. Mi siguiente visita será a Los Santos de la Humosa, el famoso pueblo colgado sobre la vega del Henares, que durante tanto años divisé a lo lejos cada día a la vuelta de clase. Me costó un poco encontrar su mejor mirador, pero al final lo conseguí. Unas vistas espectaculares de la inmensa vega del Henares, llegando a divisar perfectamente la capital de Madrid, la Sierra nevada, incluso el Ocejón al este, bañados por un sol que ya nos despedía. Algo más feo a la vista son los innumerables polígonos industriales que se asientan en la vega, y la base aérea de Torrejón desde donde veo que salen los cazas F-18 que se dirigen hacia la contienda en Libia.

El sol se esconde y mi viaje va tocando a su fin. Desde el Gurugú, las carreteras, aún nuevas, son como siempre, cargadas de coches y sin esencia. Lástima del precio de la gasolina, viajes así merecen la pena. Aún quedan muchos caminos por descubrir, espero que para los próximos me lleve la cámara de fotos con tarjeta de memoria incluida.

Si estáis interesados, aquí está la ruta.