12 de abril de 2009

Semana Santa 2009

Finalmente esta Semana Santa me animé a irme para Extremadura. Tenía muchas ganas, bien es cierto que había estado hace nada en el Jerte, pero no lo pude aprovechar bien, y tenía ganas de dehesa. Llevaba ya un año hablando con Andrés, un amigo ex-compañero de curro, de ir por su pueblo a pillar una canoa y recorrernos algún tramo de río de la zona final del Tajo antes de meterse en Portugal.

Con los planes a medio hacer aprovechamos el viaje de ida para visitar Monfragüe. Yo había estado con la facultad, hace tiempecillo, y me quedé con ganas de más. Para el resto era su primera visita, la novia de Andrés, Paula, y su amigo Álvaro. He de decir que son gente paciente, y pueden presumir de un curso de iniciación a la ornitología, que en estos días han podido recibir.

Porque no todas las aves de Extremadura están en Monfragüe. Realmente la zona en la que pasamos el resto de los días no tiene nada que envidiar al recientemente declarado Parque Nacional. Se trata de la confluencia de los valles del Alagón y el Tajo, al oeste de la provincia de Cáceres. El pueblo al que íbamos se llama Ceclavín (un gramo), donde vive parte de la familia del Ándrews. Allí pudimos disfrutar de la inigualable compañía de Adriano, que hizo de guía inmejorable de la zona que va desde Alcántara a Cachorrila, pasando, cómo no, por el Cancho de Ramiro.

Al final el tema de la canoa no pudo ser, por respeto a la naturaleza, y por condiciones meteorológicas. A cambio, nos cansamos de ver buitres, con sus nidos, y sus pollos, muchísimos. También disfrutamos de la Cigüeña Negra en sus nidos y en vuelo, del Águila Imperial, Alimoches, Buitres Negros, Milanos Negros, Águilas Culebreras ...

Pero no todo fueron aves en Extremadura, también pude compartir unos días con la gente de Andrés, todos encantadores, que me hicieron sentir uno más de esa familia tan grande, tan grande como ellos. Fue todo un placer. Eso sí, hay que repetirlo ¡con canoa incluida!

6 de abril de 2009

Por los cantiles de Rivas y Coberteras

Creo que es sano, y gratificante en ocasiones, echar la vista atrás y volver a tus orígenes para hacer un acto de recapacitación. De dónde venimos, a dónde vamos, quienes somos y por qué, en todos sus aspectos.

En lo referente a mi relación con las dos ruedas, volver a mi pueblo a pedalear 8 km por carretera contra el viento, es algo que se me antoja escaso en estos momentos, aunque como ya digo, interesante. Pero volver a los caminos y cuestas empinadas de Rivas, donde terminé de forjar mi carácter de bicicletero caminero pajarero (en los términos modernos que hoy se usas sería un birdy biker) era algo inevitable.

Así pues la tarde del domingo pasado surgió la opción de hacer el circuito de Rivas que siempre había hecho, pero esta vez al revés, subiendo las cuestas de los cantiles del Campillo de San Isidro en primer lugar.

Quedé con Dani, la idea primigenia era salir de Santa Eugenia, para meterle kilómetros a la ruta y volver aquí al filo del atardecer. Pero finalmente nos arriesgamos, salimos desde el aparcamiento del Soto de las Juntas, y si quedaba tiempo subiríamos a la Marañosa.

Perfil cantiles de Ribas

Nos enfrentamos a las primeras cuestas con un más que duro repecho inicial, con el que en pocos metros tomaríamos la altura suficiente como para divisar ya toda la vega del Jarama y el Manzanares, con la Laguna del Campillo a nuestros pies. Se suceden 4 rampas duras que nos sacan los higadillos, sobre todo a estas horas del día. Se intercalan con falsos llanos y alguna bajadita, pero en general asciendes unos 130 metros en 2 kilómetros y medio. La peor es la última cuesta, con un gran surco en mitad de la pista que te hace ir enfilado a la derecha por el cantil. Después del gran esfuerzo inicial prosiguen los subeybajas pero "más suaves", aunque las piernas te tiemblan. El piso no es cómodo, con muchas piedras sueltas, pero no impiden que haya gente paseando y en bicicleta con sus hijos.

Pasamos junto al vertedero que ya están terminando de clausurar, han quitado la vaya que antes lo delimitaba. Paramos en algún mirador para apreciar el crecimiento del núcleo industrial de Mejorada, y el estado de la Finca El Piul. Y así acabamos en el cerro del Telégrafo. A pesar de los innumerables senderos que caen de sus laderas decidimos subirlo a patita por sus escaleras más empinadas. Termina siendo lo más duro del día. Damos un par de vueltas por su cumbre y bajamos entre los pinos de su ladera oriental. Está claro que en Rivas se respira bicicleta en todos sus estados, desde paseantes, bikers globeros, trialeros, endureros, etc. Todos tenemos nuestro camino.

La vuelta por los cantiles la hacemos por el camino que circula paralelo al anterior pero en una altura menor. Nunca lo había recorrido y realmente es divertido, de una anchura mucho menor y casi en todo momento siguiendo curva de nivel llega hasta el acceso, cortado, de la Finca de El Piul. Ahí enlazamos con nuestro anterior camino y decidimos acortar hasta Rivas por el fatídico camino donde más veces me he caído. Bajada vertiginosa hasta las calles del pueblo. Allí decidimos hacer frente a la ascensión a la Marañosa. Vamos pegados de tiempo pero hay muchas ganas.

El viento se hace notar, y por la carretera que accede a Protección Civil nos vamos relevando, con más éxito por mi parte que por la de Dani. Una vez pasado Casa Eulogio nos adentramos ilegalmente en el bosque del Cerro de Coberteras. Cierto es que existe una señal que prohíbe el paso a ciclistas. No entiendo muy bien el motivo, quizá el de conservar las laderas de los trialeros que aumentan la erosión a su paso, pero creo que nuestro paso, en esta ocasión no traerá nada malo al paraje (espero no equivocarme). Pasamos por una zona de apicultura en el que hay que tener  cuidado con las abejas, y dirimiendo disyuntivas y ascendiendo unos metros que se hacen larguísimos, con el hombre del mazo a rueda, llegamos hasta una panorámica de estos cantiles. Tras sortear una trinchera de la Guerra Civil nos asomamos al cantil, desde donde observamos la zona del Soto de Las Juntas, la Vega del Porcal y Sotopajares. Una inmensidad de humedales sustentados en antiguas y presentes graveras que explotan la zona.

coberteras

Los mosquitos nos incordian, el fresco hace presencia y la luz empieza a ser tenue. Estamos en un lugar espectacular, pero recóndito, es tarde y nunca hemos circulado por aquí, por lo que la premura es necesaria.

Continuamos hasta nuestro siguiente desvío, poco antes de la valla de los militares, y desde ahí hasta el camino de la Aldehuela todo será bajada. Entre la poca visibilidad y la novedad del trazado el cuidado que hay que prestar es máximo, confirmado por unos cuantos bancos de arenas que nos dan un par de sustos.

Una vez abajo, ya anochecidos, sólo queda llegar hasta el coche para terminar de disfrutar de una tarde de domingo diferente, muy entretenida, pero más aún provechosa, que pronto tendremos que rememorar.