12 de enero de 2015

Laguna y cascada de Sotillo

Quizá no haya en la vida mejor regalo que compartir con alguien los pinceles y cinceles con los que le pretendes dar forma, y sentir cómo también dejan huella en ti. El amor tiene sentido cuando es el de vuelta.

Llevo un tiempo, de forma recíproca, queriendo compartir con mi sobrino Diego una salida a la montaña, mi montaña, la que tanto aire me ha dado. Y la fecha la tenía señalada desde hace unas semanas, pero he aprendido a no planificar por encima de mis posibilidades, así que hasta el mismo día anterior no se materializó el plan.
Como hace el famoso Jesús Calleja con sus invitados dormí con él la noche anterior para ir tomando el pulso a los nervios del novel. Desde un Valladolid envuelto en niebla salimos a las 8:30 con un par de horas de viaje por delante. Con el coche desprendiendo hielo (alcanzamos mínima de –4,5 ºC hasta que vimos el sol entrando en comarca sanabresa) llegamos a Puente de Sanabria a coger pan para el camino. Dejamos preparadas las mochilas mientras el sol anticiclónico de enero nos calienta el lomo.

El chico es curioso así que le voy dando unas nociones de glaciarismo y modelado del paisaje. El lugar es una perfecta pizarra donde se muestran morrenas laterales y frontales, bloques erráticos, canales de desagüe y, cómo no, un lago glaciar, el mayor de España ante nuestros ojos. Toca pues parada de explicación en la Playa de los Enanos.

Camino de Ribadelago le recuerdo la tragedia que inundó el lugar, la cual tuvo su aniversario el día anterior y a la cual ya le rendí homenaje.
Aparcados en las inmediaciones del poblado de Moncabril y a punto de partir hacia nuestra ruta por le Cañón del Cárdenas un caballero nos advierte, contrariado, de que existe un cartel que advierte de la celebración de una batida de caza que limita el acceso a los senderistas. Estuve torpe y no comprobé dicho cartel así que no voy a cagarme en la madre que parió a los cazadores, a los malditos políticos que aprueban leyes al gusto de grupos minoritarios de presión entre los que destaca el lobby de la caza…no diré nada pues ;)

Con el tiempo echándose encima tuvimos que pasar al plan B. Nosotros deshicimos nuestros pasos hasta el Puente y nos desviamos hacia Sotillo de Sanabria. Desde allí, a las 12:30, muy tarde, comenzamos la ruta que sube hasta la Laguna de Sotillo y baja por las casadas del mismo nombre. Era una ruta exigente, delicada tratándose de la segunda salida montañera de Diego, pero la tomaremos kilómetro a kilómetro, viendo sensaciones, tiempos, distancias y ganas.

El día es delicioso, salimos con los abrigos en la mochila y pronto sentimos que sobran las primeras capas. Los 7 u 8 ºC de este día soleado (aquí) y las primeras rampas nos hacen empezar a sudar, pero no nos detenemos a quitarnos más ropa. Reconocemos que a los dos nos cuesta coger el ritmo al principio, pero nos vamos despistando identificando árboles, algún pájaro y las rocas de un camino que discurre bien marcado en forma de pista forestal.

Mientras conversamos, yo unos metros por delante, voy haciendo cálculos de tiempo y de distancia. No me quiero arriesgar a que un día de campo se torne en una experiencia desagradable y me establezco un límite de referencia para dejar de darle vueltas: contamos con 6 horas de luz desde que emprendimos la marcha; justo antes de la mitad miraremos dónde estamos y qué podemos hacer; eso será a las 15 h y la teoría dice que deberíamos haber sobrepasado la mitad de la ruta y estar bajando desde la Laguna camino de la Cascada.

Con ese pensamiento mantenemos un ritmo que nos permite respirar el aire puro, hacer fotografías, descansar, tomarnos el bocadillo de media mañana atrasado, pero sin deleitarnos demasiado, ese ha sido el acuerdo. Así, con un ascenso continuo entre robles y algún acebo superamos la primera parte de la subida, hasta los 1300 m. Llevamos hora y media caminando y no hemos llegado a los 3 km, pero asomarnos a un mirador del valle del río Truchas y ver en frente la cascada de Sotillo medio congelada nos sube la moral.


Proseguimos ahora con un tramo de un bonito sendero en falso llano que culmina con esa típica conversación “-Ahora empezamos a subir –…¿Y lo de antes qué era?”
Ahora el camino se empina más, debemos poner atención de dónde pisamos porque hay agua, los robles se alternar con avellanos y genistas, y el cuadro es enmarcado por roca y musgo en un bodegón digno de cuento. Continuamos ahora atentos a las balizas de madera de color amarillo que nos ayudan a proseguir. Nos metemos en zona de umbría y las placas de hielo aparecen. Noto a Diego cansado y me confiesa que va con la batería al 40% así que desisto de completar la ruta. Estudio posibles alternativas mientras descansamos para retomar aliento y mientras escuchamos al “aveperro” que ladra en la lejanía oigo “Venga tío, seguimos”. Bravo, un poquito más.



Ahora llegamos a la parte alta de la ruta, sobre los 1500 m, podemos imaginar la laguna ahí arriba, es el premio de la ruta, y no me gustaría arrebatárselo al chico. Un esfuerzo más y podemos llegar, justos de tiempo lo sensato sería regresar por el mismo camino, ya conocido, y que en caso de hacerse de noche, acaba en pista forestal. Si proseguimos con la ruta inicial, circular, el camino discurre por umbría, con placas de hielo, y cualquier imprevisto que nos retrasase nos comprometería a acabar la ruta con poca luz por la orilla del río Truchas que recuerdo algo errática. Llevaba linterna y GPS, sí fuera solo no tendría tantas dudas, pero con un Diego… “Yo prefiero hacer un camino distinto al de ida” y notarle con las baterías recargadas me dan el definitivo empujón para decidir completar la ruta.



El premio del día está ante nosotros. La Laguna de Sotillo prácticamente congelada nos saluda con un sol que anima a no tener dudas para seguir. Unas fotos, el típico lanzamiento de piedras contra el hielo, algo de comida y a seguir andando, son las 16 h, estamos en el punto medio de la ruta, pero desde aquí todo es para abajo. Por el altiplano pongo un ritmo alegre para recortarle tiempo a la ruta, y lo logramos. “Hay que correr cuando se puede para poder ir despacio cuando el terreno lo requiere”, le explico.

Y charlando sobre el Camino de Santiago llegamos a lo que fue el punto crítico de la ruta: cruzar el río Truchas por un puente de troncos de abedul medio caído. Cruzo yo primero, lo veo seguro, bien cimentado, y lo pasamos sin problema. Relleno mi suministro de agua y comenzamos el descenso vertiginoso que nos conducirá a la Cascada de Sotillo, al igual que la laguna, está medio congelada.

Me alegra comprobar que seguimos con el retraso de 30 minutos que calculé en el primer cuarto de ruta. Estamos clavando los tiempos intermedios y me relajo, llegaremos a tiempo. Aún así no hay que perder la atención, la bajada es por escalones artificiales y por rocas, y aún aparecen las temidas placas de hielo que nos pueden cortar el paso en cualquier momento.



Pero en seguida nos encontramos pasando el último puente sobre el río Truchas, desde aquí solo queda llanear por un sendero errante, que se abre paso como puede entre zonas encharcadas. A las 18;30, según el horario previsto en la última subida, aparecemos de nuevo en el pueblo de Sotillo, justo cuando montamos en el coche se encienden las farolas. Cansados pero muy orgullosos emprendemos la vuelta a casa. Ha sido un gran día en muy buena compañía. Que sean muchos más!




Debo agradecer a los jóvenes, mis sobrinos, el que vuelva a tener la ilusión de escribir en este blog, porque con ellos todo adquiere algo de sentido, su sentido, el que le quieran dar ellos, que vienen detrás.