8 de octubre de 2009

¿Un domingo cualquiera?

Este domingo pasado recuperábamos la bici tras el Festibike y dos semanas de parón provocadas por el trabajo y la berrea. Nando no salía porque tenía la burra en el mecánico, así que Dani y yo nos propusimos hacer una ruta chorra para rodar un poco. Lo pensé y creo que incluso se lo comenté a Daniel: esta ruta no iba a pasar a los anales de ningún blog después de la últimas convocatorias.

Salimos del barrio, tarde porque me quedé dormido, Camino de Congosto, cruzamos el Manzanares y tiramos hacia el Cerro de los Ángeles. Primer aviso, al pasar el linde que separa el camino del pinar paso por la pinocha suelta, la rueda delantera se clava en la arena y en mitad del paso caigo. Apenas suelto ni los pedales así que le comento a Dani que no cuenta como caída. Coronamos no sin mucho esfuerzo de nuevo (una rampa de más de 20 %) y la bajada la enfilamos hacia el polígono de Pinto. Cruzamos el Arroyo Culebro con el fin de ascender a la Marañosa por el oeste, donde el vertedero de Pinto. El camino que no conocíamos estaba lleno de pedruscos, pero al final cruzamos el carril bici de San Martín. Nos adentramos en el pinar de la Marañosa, y eso que no para de subir. Menos mal que ese tramo mola y acaba ya en una bajada.

Antes de la última curva le grito a Dani que por dónde tiramos. Tenemos dos opciones: la que conocemos consiste en bajar una curva muy pronunciada y de gran pendiente, y para no arriesgar hacerla recta, parar, retroceder unos metros y tomar un camino que baja recto y con pendiente constante hasta la base del cerro; la variante nueva es proseguir por ese camino que tomas saliendo de la curva maldita. Como somos unos intrépidos pues nos lanzamos por la cuesta con mucho cuidado ya que la pendiente es exagerada. Ya enfilados por el nuevo camino doy unos metros a mi compañero para dejarme caer tras él en veloz descenso. Un primer badén me hace pensar que el camino puede ser divertido, y llevando a alguien por delante, seguro. Pero el siguiente badén lo tomo con demasiada velocidad, descolocado por dudar si saltar o no. El suelo de repente desaparece y hago un vuelo de unos metros en los que no controlo la bici. Evidentemente caigo con todo mi peso sobre la rueda delantera, la suspensión resopla, se hunde y salgo por delante del manillar. Todo mi peso cae sobre mi hombro izquierdo ("CRAC!" suena en el oído como si un auricular tuviera), de seguido un fuerte golpe en el casco, la espalda, la pierna, el brazo, ya soy una croqueta. Instintivamente llamo a gritos a Dani para que sepa que me había comido el suelo. Él estaba esperando porque había visto la mala pinta del badén. Ante la polvareda corre a mi posición y encuentra a un muñeco "gritando durante ocho segundos, y solo descansando para respirar".

Cuando llega yo ya había comprobado que no tenía daño ni en el cuello ni en la espalda ni en las piernas, porque las podía mover. Pero mi brazo izquierdo no respondía. Me movió el hombro para comprobar si se había salido, no me dolía pero por mi mismo no lo podía mover. Inmóvil en el suelo mientras Dani llama a Nando para que nos venga a buscar, no sé ni qué hacer. Llega otro ciclista que se preocupa por mi estado, pero más no se puede hacer. Sólo levantarme, con mucho esfuerzo y comprobar que la clavícula tiene una depresión que antes no tenía.

Empujé la bici unos metros descendiendo lo que quedaba de camino (madre mía qué camino) y el resto la llevó Dani. En ese momento me separé de la bici, hasta más ver, posiblemente ya en el 2010.

¡Madre mía qué hostia!