Tengo cuentas pendientes con la comarca de Sanabria que poco a poco voy saldando, creo que con buena nota. Son muchos años yendo al Parque Natural del Lago de Sanabria y sus alrededores, últimamente son varias las rutas por las que lo he recorrido, pero había una que quedaba pendiente. Desde que conocí el Lago me impresionó su paisaje y después su trágica historia. La de unas aguas que dan vida y que esconden la muerte.
En esta historia cumple un papel importante el Cañón del Río Tera y el río que lo surca, pero no menos clave es la mano del hombre que transforma la naturaleza a su antojo, creyéndose el amo de todo sin pagar ningún tributo. Tal pago fue ejecutado una gélida noche de enero en el año 1959, cuando las aguas embalsadas del río Tera reventaban la mampostería cayendo brutalmente sobre los vecinos de Ribadelago. 144 personas desaparecieron, buena parte niños, y tan sólo 29 fueron encontradas. El resto descansa en las aguas del Lago en lo que hasta hace poco era la mayor tragedia humanitaria de nuestro país.
Quería rendir un homenaje a esas víctimas, aprovechando la espectacularidad del paisaje, y marcarme una ruta por el recorrido que llevaron las aguas hasta la desgracia, y encontrarme con la causante y primera víctima de la tragedia, la Presa de Vega de Tera.
Diversas eran las posibilidades y muchas dudas me presentaron hasta el momento final. Finalmente, tras indagar opiniones de otros senderistas me decidí a subir directamente por el Cañón del Tera, superar la presa y continuar por la pista que da acceso a los innumerables embalses de la cuenca superior. Para bajar habría varias opciones, o bajar por el Cañón del Cárdenas o por el plano inclinado de Moncabril.
Madrugué para emprender el viaje, y con el castigo de no encontrar pan para el camino me puse en marcha a las 9:30 de la mañana. Las noches habían estado siendo frescas pero a esas horas la temperatura era perfecta. Comienzo la ruta desde el aparcamiento de Ribadelago junto a una pareja que dejo que me adelante para caminar más tranquilo.
El inicio es una bonita senda bajo los árboles, pero pronto voy a comprobar lo que la guía ya me advertía: el causado estiaje del Tera en verano. Las superficies de agua que aparecía eran mansas y casi estancadas, y el agua fluía apenas por algún regato. Se “vadea” el río en un par de ocasiones, pero en vez de agua lleva piedras. Seguro que hay épocas más bonitas para el disfrute del paisaje, pero con las rocas húmedas el camino sería muy difícil.
En seguida abandono la senda de tierra para afrontar las primeras rocas que hay que superar en el camino. Se gana altura de menos a más, subiendo rocas, bordeándolas, intentando encontrar las estacas que marcan el camino, al más puro estilo de la Alta Pedriza. He de decir que es un itinerario marcado por la gente del Parque, pero escaso en indicaciones.
Nos encontraremos con algunas estacas de color verde, y algunas más flechas verdes pintadas en las rocas. Por suerte los hitos de piedra ayudan a seguir el camino correcto, en la mayoría de casos, por que hay ocasiones en las que te conducen hacia alguna panorámica, y cuando quieres volver sobre tus pasos has perdido el camino. Considero por ello indispensable el GPS y tener conocimientos de orientación. Con esto y un poco de sensatez no tendremos problema, al fin y al cabo estamos en un cañón fluvial, no hay muchas opciones, aún que sí piedras que escalar.
Fotografío y me remojo en la Poza de las Ninfas, donde compruebo el porqué de su nombre, mucho menos mágico y más entomológico. Voy atrancado en ritmo, me cuesta mucho progresar y me espoleo comiendo arándanos deshidratados.
Así consigo llegar hasta una preciosa cascada que rellena una poza que provoca el baño, pero no caigo en sus garras y tras fotografiarla prosigo el camino buscando mi próximo hito, la Cueva de San Martín, destino lógico de muchas otras caminatas. Llevaba 5 km caminando, para los cuales había invertido 3 horas.
La Cueva de San Martín se trata de una laguna de oscuras aguas, presidida por una pequeña cascada que de nuevo invita a l baño. Y como necesitaba un merecido descanso aproveché para darme un chapuzón. Las aguas estaban frías, pero he de decir que no tanto como las de alguna piscina que conozco. Me reconfortó la musculatura y de nuevo repuse algo de energía y líquido aunque con la preocupación de acabar la mitad de mi agua cuando quedaba aún tanto por recorrer.
Cuando proseguí el camino me encontré con una pareja que es estaba dando un baño, y con tres jóvenes que bajaban la laguna, sería al únicas personas que me encontrase en este tramo de la ruta. Afronto este segundo tramo de la ruta que es menos exigente en cuanto a la pendiente, sin desaparecer los tramos de roca que hay que sortear y escalar. Si os fijáis en el perfil de la ruta apenas gano 200 m en 4 km, pero tardo 2 horas en recorrerlo. Cada paso es verdaderamente desalentador. Te enfrentas a espesas zonas de arbusto, con las escobas campanilleando sus legumbres, robles, enebros, rosas y zarzas… cantidad ingente de vegetación que te impide el paso, te oculta el sendero y te araña la piel a tu paso. No sé qué fue más duro si progresar sobre la roca o progresar bajo una vegetación que tapaba el camino con metros de altura.
Pero por fin divisé a lo lejos Presa Rota. Y tal fue la emoción, que perdí el track que estaba siguiendo, caminando ahora por la izquierda del río y siguiendo los hitos de piedra. Me costó mucho encontrarlos, en algún momento no había problema porque caminaba sobre roca, y me acercaba al río a ver si encontraba algún sitio donde corriera más el agua y poder beber algo. En otros momentos de nuevo la vegetación se apoderaba del sendero y perdía referencias para avanzar.
Cuando llegué al muro de mampostería me invadía el cansancio, la duda y la preocupación por saber que me estaba quedando sin agua, y el desasosiego al contemplar la devastación. Observando los restos de la presa esparcidos por el cauce y divisando la mampostería en mal estado que aún se aprecia en la presa, recordaba los números de la tragedia: 8 millones de metros cúbicos de agua en la madrugada de una noche de invierno en la que el termómetro de Galende marcaba -18ºC; un frente de agua de 9 m de altura que llegó rápidamente al pueblo de Ribadelago situado 8 km aguas abajo y que apenas tuvo tiempo de protegerse tras escuchar el estruendo del agua que desbordaba; 144 muertos, la mitad mujeres y niños, 28 cadáveres recuperados y ningún responsable procesado. Si queréis más información podéis echarle un vistazo al programa de Documentos TV que TVE emitió en 2009 conmemorando los 50 años de la tragedia.
Recordando y haciendo fotos comencé a subir hasta los restos de la presa, y me olvidé del hambre que tenía. Cuando quise buscar un sitio para descansar y comer, me encontraba en la pista que sirve de acceso a los embalses de la Confederación Hidrográfica y Endesa, y no había sombra bajo la que cobijarse así pues me tuve que conformar con una cuneta bajo una piedra.
Saqué las viandas: frutos secos, un poco de jamón, queso curado y fuet… lo mejor que hay cuando escasea el agua. Menos mal que traía una lata de coca-cola que era lo que me animaba a seguir desde hace un buen rato. Pero era imposible deglutir nada, tenía la boca como una alpargata y todo se me hacía bola. Nada, unas rodajas de fuet y un trozo de queso y a seguir el camino.
Continuaba el tramo de subida hasta llegar al collado. Pero era un tramo cómodo de pista que me permitía avanzar a un ritmo bueno bajo un sol de justicia. Me quedaba medio litro de agua en el botellín de la bici, con un buen trozo de hielo que me la iba a mantener fresca todo el camino, pero había que racionarla. Un buche cada pocos km y música en mis oidos para no pensar en ello.
Llegamos al collado desde donde se divisa Vega de Conde y Peña Trevinca al norte y nuestro camino y el embalse de Garandones al sur. Durante la subida me crucé un con todoterreno que iba hacia la presa y me tranquilizó pensar que tenía que volver y si pasaba algo me podía socorrer. Y así fue, cuando dió la vuelta y me sobrepasó le paré, le pregunté por una fuente cercana y me indicó que por el camino que iba a llevar yo no encontraría ninguna, ni en las instalaciones de Moncabril. Así que muy amablemente me ofreció su agua, casi medio litro que me dio la vida en ese momento, y me animó a seguir más tranquilo.
Fueron cayendo los km con rapidez divisando las parameras de alta montaña de Sanabria, donde hace siglos se instaló el hielo. He de indicar que lo que nos rodea es un paisaje glaciar, el valle del Tera es un valle en artesa, pero como el carácter fluvial que posee ahora es muy marcado, la verdad, que ahora mismo se aprecia mal el modelado glaciar. Otro de los efectos de esta acción del hielo son las innumerables lagunas que pueblan las cumbres, que han favorecido el aprovechamiento hidroeléctrico de la zona mediante la construcción de los numerosos embalses que ahora divisamos. Tal es el caso del embalse de los Garandones, sobre el cañón del Cárdenas que curiosamente se construyó también con material suelto justo después de la tragedia de Vega de Tera.
Mi decisión final es dejar el Cañón del Cárdenas para otra ocasión y descender junto al plano inclinado de las instalaciones de Moncabril. Para ello tomo el desvío junto al embalse de Garandones y camino entre Pico del Fraile y su laguna, para acceder poco después a las casetas de los operarios que controlan todas las presas del lugar desde el Alto de Moncabril. Desde aquí la panorámica es inmejorable con el Lago de Sanabria al fondo, los dos Ribadelagos en su orilla, y los cañones fluviales del Tera y del Cárdenas a izquierda y derecha respectivamente.
La guía que había manejado indicaba como posible punto de acopio de agua estas instalaciones, pero el chaval del todoterreno me dijo que aquí no había fuente. Cual fue mi sorpresa al comprobar que por una pared caía agua, que se acumulaba en un pequeño pebetero del que surgí un minúsculo e insignificante chorrito de agua. Pero para mi eso significaba saciar toda mi sed, y como caminante en el desierto tragué ansioso, haciendo uso de mis manos, más aire que agua. Resultado: al poco tiempo cuando empezaba la bajada estaba hinchado y con flato.
La bajada que afrontaba ahora era muy pronunciada: en 2,5 km descendería 530 m zigzagueando, por eso decidí no hacer la ruta en sentido contrario. Fue muy exigente para mis pies que acumulaban ya más de 20 km y se resentía de sus plantas. Aún con flato seguía con sed, y buscaba el río que cruzaba una y otra vez bajo mis pies, pero no había forma de acceder a él por los numerosos helechos que lo protegían. Así llegué a divisar el plano inclinado, la infraestructura construida por Hidroeléctrica de Moncabril para subir a los operarios y trabajadores al Alto de Moncabril a través de un tren de tipo cremallera por la inclinada pendiente.
Ya contaba las curvas que tenía que dar el camino para llegar a Mocabril, abajo, y desde ahí recorrer el “escaso” kilómetro y medio hasta el coche. Pero en Ribadelago me esperaba el anhelo del día: un bote de aquarius y una botella de fresca agua que bebida a sorbos esta vez me supo a agua bendita.
Mientras recorría estos últimos metros reconocía mi imprudencia en cuanto al aprovisionamiento del agua, lo duro de la subida hasta Cueva de San Martín, y el fatigoso tramo hasta Presa Rota. Había subestimado la ruta en dureza. En distancia, como siempre ocurre, había hecho más de lo planificado, 25 kilómetros habiendo hecho el tramo corto al final. Por su significado es de las rutas más bonitas que haya hecho, también de las más duras por todos los factores (11horas y media caminando bajo el sol de julio), si bien es cierto el rio estaba muy seco. Es de entender que en primavera tiene que ser una ruta preciosa y bastante interesante hasta Cueva de San Martín. También existe la posibilidad de salir desde la Laguna de los Peces y bajar directamente a Cueva de San Martín y desde ahí acceder a Presa Rota, o llegar hasta allí por la pista que nace en Porto en todoterreno o bicicleta. En todo caso el paisaje y el esfuerzo es espectacular, pero siempre recompensado.
Si sois aficionados a la pesca o la naturaleza en sí, os recomiendo echarle un ojo al reportaje de Jara y Sedal, en el que veréis la ruta desde la Laguna de los Peces, y la dureza del camino.
Para finalizar con este homenaje, os dejo unas fotos históricas cedidas a La Opinión de Zamora por el Archivo Histórico Provincial y la Subdelegación del Gobierno. En su memoria.
Track wikiloc de la ruta