7 de junio de 2011

7 de junio: Lago Mývatn

Por fin le tocaba turno a la región del famoso lago islandés de difícil nombre e insufribles mosquitos. La guía dice que se pronuncia “mee-vawt como si supiéramos cómo se pronuncia esto último. El caso es que era una de las joyas del viaje, donde en la planificación se nos amontonaban más hitos para ver, y no es de extrañar. Nos fue difícil ordenarlo todo, incluyendo lo del día de Húsavik, para que cuadrara convenientemente, pero finalmente la inaccesibilidad a Askja nos permitió dedicarle más tiempo, casi el suficiente, a la zona. Nos centramos en rodear el lago, con una sorpresa para el final.
Salimos del albergue, noticia, sin llevarnos los equipajes, y de camino a Mývatn decidimos bajar por la 845 que nos mostrará en primer lugar el pequeño lago Vestmannsvatn y el Másvatn (los más avispados habréis llegado ya a la conclusión de que –vatn significa lago), que no nos dijeron gran cosa, quizá porque llevábamos “algo” de sueño en el coche. Tanto era así que casi no nos enteramos de que habíamos llegado a la orilla suroeste del Mývatn al girar a la izquierda por la 848 camino de Reykjahlíd, pero pronto comencé a identificar los seudocráteres que luego os explicaré. Dejando las azules aguas a la derecha y el imponente Vindbelgjarfjall a la izquierda, vamos bordeando la costa oeste del lago. Le tengo que decir al primo que afloje el ritmo ya que la carretera tiene algo de badenes y atrás se vota mucho, pero en verdad es porque empiezo a ver las primeras aves revolotear. Esta cuenca endorreica es un paraíso para las aves, pero eso ya os lo contaré luego…
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Tras bordear medio lago me he quedado algo frío, te esperas este lago rodeado de vegetación exuberante, como ocurriría en España, pero se podría asemejar más a lo que es una salina: orillas despejadas, espacios abiertos, predomina lo llano y horizontal sobre lo vertical… hasta que abres tu punto de vista, y a lo lejos ves humeantes columnas de vapor de agua, cráteres, montañas de tefra… y dejas escapar tu imaginación, y piensas en que no hace mucho tiempo el suelo sobre el que pisas era roca hirviendo, que nada de lo que ves existía como lo aprecias ahora. Te das cuenta de que el paisaje está vivo, que cambia en un lapso geológico de tiempo imperceptible.
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Tras des-obnubilarme echando gasofa (again anda again) al forito y proveernos de viandas en Reykjahlíd recuperamos la N-1 para terminar de bordear el lago por la orilla sur y dirigirnos por la este a nuestro primer destino: Hverfell
Hverfell es un clásico (para los que lo conozcan) anillo de tefra (material piroclástico) casi simétrico que apareció hace 2.500 años (el otro día) por una erupción catastrófica del complejo Lúdentarhíd. Para entendernos: tenemos un sistema volcánico inestable, entra en erupción, explota a lo bestia, y la roca líquida salta por los aires, se solidifica por el aire en pequeñas partículas de escasos centímetros (eso es la tefra) y se acumulan en un anillo volcánico que forma un cono vacío por dentro. Se eleva 50 m del suelo, y tiene una extensión de 1.040 m de diámetro. La mejor forma de descubrirlo y entenderlo es recorrer el sendero que parte del extremo noroeste hasta la cima, y desde allí bordearlo.
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El sendero es poco menos de 4,5 km pero bastante recomendable recorrerlo. A nosotros nos sopló mucho el viento, lo que dejaba la sensación térmica cercana a los 0º. Pero las panorámicas que permite divisar son alucinantes, ¿no creéis?
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Desde lo alto es aún más obligatorio tratar de entender cómo se fue formando todo este complejo. A lo lejos, hacia el sureste, divisamos unas curiosas montañas de cumbre plana (como aquí los páramos calizos) cubiertos de nieve. Aquí los llama móberg y han sido creadas por una erupción subglacial. Como explico a mis compañeros, imaginaros un volcán con una placa de hielo tremendamente gruesa y pesada encima. En el momento de la erupción, por más violenta que fuese, no fue capaz de mover tal cantidad de hielo, sino que lo fue fundiendo de abajo a arriba y de dentro hacia afuera, rezumando (palabra clave) el agua por los bordes. Un mal ejemplo sería el de una herida con pus (lo siento) y costra. Resultado: cumbre plana donde se asentaba el glaciar.
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En cambio al norte apreciamos la zona de Krafla, muy activa en la actualidad, con erupciones y coladas de lava hace escasos 25 años, con  el Cráter Viti y las fumarolas de Namarskard, pero eso toca mañana. Al sur se aprecia la extensión de Dimmuborgir y los seudocráteres de Skútustadir, aunque se vería mucho mejor desde el Vindbelgjarfjall que vemos al oeste, no sé si nos quedarán fuerzas para subirle. Terminamos de dar el rodeo a este cráter impronunciable, donde aprovechamos para hacer una recreación del camino que debe recorrer el sol en el cielo durante las más de 20 horas que brilla.
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La siguiente parada va a ser en Dimmuborgir, como la conocida banda noruega de black metal. Significa “fortalezas oscuras” y ya para los noruegos significaba la entrada al averno. Se trata de un campo de lava bastante peculiar. Sobre columnas y diques volcánicos más antiguos, de cuando se creo el anillo Hverfell, hace 2.000 años (cada vez más cerca) fluyó lava de diversas hileras de nuevos cráteres. Esta nueva lava se acumuló formando una especie de lago ardiente sobre la cuenca de Dimmuborgir. A medida que la superficie del lago se enfrió se fue creando un techo abovedado sobre material aún líquido retenido por un dique de lava solidificada más antigua. Cuando dicho dique reventó por la presión la lava aún líquida fluyó dejando al descubierto las columnas y pilares de material más antiguo soportando un techo de material nuevo.
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Los restos de esa ciudadela de lava son ahora curiosas formaciones rocosas, rincones oscuros, y oquedades mágicas donde probablemente viva algún troll. A nosotros precisamente nos va a servir de refugio del viento incansable que está soplando hoy. Así que recorremos este antropomórfico paisaje a través del sencillo sendero de la ruta Kirkjuhringur (Círculo de la Iglesia) de poco más de 2 km. Existen otros senderos señalizados de mayor distancia, por los que se marchan unos pesados compañeros de sendero, pero el que hemos hecho es suficiente para apreciar las curiosas formaciones rocosas.
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Se va acercando la hora de comer, y Skútustadir y sus seudocráteres se presentan como una buena zona. Para ello continuamos recorriendo la orilla este del Mývatn hasta el sur. Ante la ausencia de una zona tipo merendero cobijado del viento buscamos refugio en las casas del pequeño pueblo. Quizá no eligiéramos el mejor sitio para pararnos, pero fue el idóneo para la paciencia del primo. Jodidos de frío nos preparamos un par de sándwiches que no sientan del todo bien, pegaditos a una pared. Enseguida terminamos y desmontamos el chiringuito (cerramos el portón del todoterreno) para buscar un lugar más cálido para recuperar calor tomándonos un café en un establecimiento cercano. Un self-service de café y tienda de recuerdos nos hacen sentir de nuevo los pies y las manos.
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Alentados por el café y por las hordas de turistas que descendían de los autobuses nos disponemos a recorrer un sendero por Skútustadagígar entre seudocráteres. Estos hoyuelos en el suelo que pueden llegar a medir 300 m de diámetro se formaron al llegar lava líquida a las proximidades del lago. El agua freática del subsuelo hirvió y estalló, formando pequeños conos y cráteres de escoria que hoy conforman pequeñas colinas de aspecto mullido. Los mejores ejemplos se encuentran en forma de islotes en mitad del Mývatn, y aquí, entre el lago y un estanque llamado Stakhólstjörn.
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Me las prometo felices cuando nada más llegar descubro un precioso Pato Havelda de larga cola. Pero las hordas nos persiguen y me hace avanzar rápido mientras las voces ahuyentan la avifauna del estanque. Llegamos a una bifurcación y comento a mis compañeros que tomo el camino de la derecha que inicia un rodeo por el estanque mientras ellos siguen por la izquierda viendo seudocráteres. Más tranquilo me detengo a observar una pareja de Colimbo Grande dormitando. Pronto se percatan de mi presencia y comienzan a emitir un curioso sonido de alerta, muy chulo. Sigo avanzando y descubro de nuevo otro havelda mientras recuerdo su aparición como rareza en el Centro de Interpretación de Las Lagunas de Villafáfila hace unos años. A lo lejos decenas de Cisnes Cantores pescan con la cabeza sumergida con un impactante telón de fondo. Deshago mis pasos para reencontrarme con mis compañeros mientras observo los seudocráteres y algún ánade silbón pastando. Con paso rápido llego a lo alto de uno de ellos, y desde aquí descubro diseminados Porrón Islándico y Faralopo Picofino como novedad.
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Con la vena del ornitólogo hinchada proseguimos camino cerrando la vuelta al Mývatn por el sur. Subimos de nuevo por la orilla oeste pero nos desviamos a medio camino hacia Borg donde se encuentra el Museo de las Aves. Parece que se encuentra cerrado, de todos modos, no me parece correcto meter a mis compañeros en tal edén de las aves disecadas de Islandia y el mundo entero. Me conformo con bajarme a buscar alguna que otra ave acuática entre la vegetación de la orilla que rodea el museo.
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Así me topo con bellos ejemplares de Zampullín Cuellirrojo, incluso un nido, más haveldas, porrones moñudos y comunes, y de repente… una pareja de Serreta Mediana, bonitas. Me entretengo porque sé que mis compañeros dentro del coche no pasan frío, pero veo que se acerca una mujer, la del fallecido dueño de museo para decirles que no pueden estar ahí con el coche, que aparquen fuera… pero si no hay nadie!!
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Me despido del Mývatn persiguiendo a una Aguja Colinegra que juega conmigo mientras me enseña de cerca un Faralopo. No os he contado el porqué de tan estupenda representación de avifauna acuática, ni el porqué del nombre Mývatn. Pues bien, “”en islandés significa “mosca enana”, mosquito, y es que en verano son auténticos enjambres los que se desarrollan en estas zonas acuáticas y sirven de sustento tanto para la avifauna como para la ictiofauna del lugar. Afortunadamente hacía demasiado frío y viento como para que se hubieran desarrollado las larvas, así que el primo no tuvo que estrenar la mosquitera para la cabeza, y no tuvimos que preocuparnos de los pequeños mosquitos que dicen se meten por nariz, boca orejas y hasta en los objetivos de las cámaras. Eso que nos llevamos, galán!
 
Una última visita antes de la sorpresa final. Nos dirigimos de nuevo al este, pero esta vez cuando pasamos por Reykjahlíd contemplamos los extensos campos de lava almohadillada que rodean al pueblo, y nos percatamos de la ubicación de la iglesia junto a un muro de lava. Y es que en las erupciones del Krafla de agosto de 1729 un flujo de lava recorrió las calles del pueblo pero se desvió justo delante de la iglesia de madera del pueblo. Pero nuestra parada está cogiendo el desvío a la izquierda y después por un camino hacia la derecha, Grjótagjá, donde hay una gran fisura con una cueva llena de agua a unos 45 ºC, ¡quién la hubiera pillado a la hora de comer!
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Vemos con envidia cómo la gente mete sus pies en el agua mientras charla amigablemente, y ahora sí, es el momento de relax. Proseguimos por la N-1 hasta la zona de la que surgen gran cantidad de nubes de vapor de agua: Bjarnarflag, un área geotermal activa donde la tierra bufa y burbujea. Históricamente, esta zona  ha sido escenario de varias empresas económicas para aprovechar el poder de la tierra. En su día, los granjeros intentaron cultivar patatas, pero éstas salían de la tierra ya cocidas. En los ‘70 ocupó la zona una planta geotérmica con 25 pozos, con hasta 2.300 m de profundidad, de los que sale vapor a 200 ºC. Después se construyó una planta de diatomita (fósil de algas diatomeas) para fertilizantes, pinturas, pasta de dientes y plásticos. Lo que queda de la planta de procesado es un trémulo estanque turquesa de cierta toxicidad.
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Pero nosotros caminamos un poco más allá, donde se esconde una laguna similar: Los Baños Naturales de Mývatn, la réplica del norte del país de la Laguna Azul. Más pequeña me parece mucho más acogedora y nos vendrá fenomenal en un día tan intenso y frío como el de hoy.
Pagamos la entrada, nos cambiamos en las taquillas (un recuerdo para mi colgante de anzuelo mahorí que allí quedó), una ducha obligada para quitarnos la porquería de encima (estas piscinas no tienen depuración) y coooooooorre al agua. Geniallll, qué sensación, qué rico, qué a gustito… DSCN9421
Según te metes al fondo de la laguna el agua cada vez es más y más caliente, y más caliente, hasta que no aguantas más porque te abrasas. Separado por un murete hay otra sección con agua más templada, nosotros como buenos españoles dando voces saltamos el murete. Alternamos baños calientes, con frescos, sauna de vapor que hay fuera y una bañera aún más caliente. El relax es máximo, el sentimiento placentero inconfesable, y cada vez empieza a llegar más gente. Del susurrar de las conversaciones locales pasamos a las voces extranjeras, y a la gente que salta el murete. Efectivamente: no somos los únicos españoles. A hordas van llegando, hasta el punto de que somos mayoría en el agua, increíble! Entonces sucede un momento mágico… los nubarrones se cierran y comienza a nevar. Idílico!
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Cuando los dedos de las manos están hinchados hasta el punto de la preocupación y aquello tiene pinta de ir cerrando vamos saliendo del agua, que no se estaba mal. Y tras cambiarnos en el bar explotamos la wi-fi mientras caen un par de Vikings de yonkilata que, personalmente, me dejan con un pedal bastante majo. Hay tiempo para más, porque hay luz, pero nos hemos quedado tan relajados que la mejor idea es volver de regreso para el albergue de la noche anterior y dejar el resto para mañana.

6 de junio de 2011

6 de Junio 2011: cascadas gordas y ballenas

“Amanecidos” en Akureiry y habiendo repostado abandonamos el fiordo Eyjafjördur y nos dirigimos hacia Húsavik la localidad más famosa por sus avistamientos de ballenas. Hemos decidido zarpar por la tarde y aprovechamos de camino para ver un par de cascadas, de las grandes.

DSCF5605 La primera de ellas está junto a la Hringvegur (N1). Se trata de Godafoss, una impresionante cascada que sin ser de las más grandes del país es la más caudalosa que hemos visto hasta ahora. Se la llama la cascada de los dioses ya que en el año 1.000 Thorgeir el orador de leyes en la Althing (Parlamento) decidió el credo del país. Tras un día de meditación decidió que la nació sería cristiana, y mientras regresaba a casa arrojó a la cascada las esculturas de los dioses caídos tras su decisión.

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Tras las correspondientes fotos, divertidas algunas de ellas, y de esperar a que los rayos de sol iluminaran las grises aguas, decidimos hacer caso a la Lonely Planet, y tras pasar el puente sobre el río Skjálfandafljót tomamos la carretera sin asfaltar que sale a la derecha. Nos conducirá por el flanco derecho del río, y nos permite ver ovejas y gansos que vuelan junto a nosotros. Tenemos que cruzar el río hacia el otro lado a través de un puente y circulamos por la 842 que se convierte en la F26 al tomar un desvío a la izquierda. Recorremos unos cuantos km y toca cruzar arroyos del río principal, y abrir alguna cancela que cruza el camino. Tras pasar alguna pendiente y carteles que nos avisan de los riesgos de una F-road llegamos al aparcamiento que cuenta con dos pequeños cobertizos en forma de A que para mi sorpresa son retretes. Deben haber construido hace poco una nueva caseta, más grande, con baños mayores, por lo menos en lo que te puedas meter de pie, pero no tiene el carisma del cobertizo.

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Caminamos un poco pendiente abajo, y aunque sigue haciendo aire, empezamos a oir el rugido del agua, o como dice la guía, el susurro de los troles mientras golpean la roca. Aldeyjarfoss se muestra ante nosotros de forma violenta. El agua del Skjálfandafljót se precipita por un hueco desde el borde de la catarata y golpea con fuerza el fondo. Las columnas de basalto le confieren un marco incomparable. Lo que a la postre más nos gusta de esta cascada es que está fuera de las rutas más turísticas y el echo de encontrarnos solos y poder disfrutar del espectáculo, haciéndonos las fotos que nos diera la gana.

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La vuelta la hacemos por el lado izquierdo del río, para variar un poco la ruta, aunque los paisajes son similares. Volveremos a coger la N1 pero nos “desviamos” (incomprensiblemente el desvío es para seguir por la N1) por la 845 que nos dará acceso a nuestro hostel de los próximos dos días. Una casita junto a una granja en mitad del campo.

DSCF5755 - DSCF5770 - 12978x3787 - CCUL-Smartblend Una vez degustado un arroz con calamares, que estaba de aquella manera, salimos rumbo a Húsavik, siguiendo la 845. Es un pueblecito marinero turístico que vive de las ballenas. Ahora que su captura está “prohibida” por moratoria, el provecho que se le saca al mayor de los mamíferos es avistarlas en su medio, el mar. Recogemos los tiquets de Gentle Giants para el barco de las 16:45. Nos los vende una española, que nos avisa de que el mar está rabioso y nos ofrece pastillas para el mareo. El rato que tenemos hasta que zarpe el barco Sylvía, lo aprovechamos para visitar el museo de las ballenas y aprender algo más sobre los mamíferos marinos y las aves de la zona.

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Realmente instructivo el museo, pues nos acerca la biología y la ecología de los grandes mamíferos marinos, y nos enseña un poco a diferenciarlos, aunque como todo, sin práctica no vale para mucho. Así que tocaba echarnos a la mar a intentar avistar uno de estos impresionantes cetáceos. Al montar en el barco una interesante rubia finlandesa nos da la bienvenida y nos ofrece ropa de abrigo. Elegimos las tallas más grandes y nos enfundamos en unos buzos que estaría a la moda en los 90. Todo sea por no pasar frío. Forro, chaqueta, buzo, cremalleras hasta arriba, la braga hasta la nariz, el gorro, las gafas de ventisca, los prismáticos al cuello y la cámara por dentro del buzo.

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Zarpamos, nos colocamos delante, abandonamos la protección de pequeño puerto de Húsavik, y rápidamente descubrimos lo que va a ser la tónica de todo el viaje, un continuo vaivén que te hace imposible mantener la verticalidad y que te obliga a aferrarte con fuerza a cualquier parte fija del barco. Con Patri y Jose mojándose los pies en el banco bajo la cabina, Nacho y yo aguantábamos como podíamos en los tirantes de sujección del mástil, mientras el primo se hacía fuerte en lo que describimos como el peor sitio de todo el barco. Una imagen vale más que mil palabras, va por ti primotem.

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Pasaban las millas náuticas y ya veíamos pasar de cerca los frailecillos, pero de las ballenas no se veía nada. Cruzábamos la bahía y cada vez estaban más cerca las cumbres nevadas del otro lado. Viramos hacia la zona donde se había producido los avistamientos esta mañana, pero no hay suerte. Lo bueno es que navegamos en la misma dirección de las olas lo que nos permite soltarnos de los asideros. Voy hasta la proa y aprovecho para seguir buscando ballenas y aves. Te recorre por dentro la emoción de pensar en ser el primero que va a ver surgir la joroba de una de ellas, o su cola, pero nada. Volvemos a virar y vuelve el vaivén. Sigo en proa y el subibaja es continuo y cada vez más violento, tanto que no me deja volver a lugar seguro. Amortiguo los embates flexionando las piernas y en alguna ocasión creo que voy a echar a volar. Habría una diferencia de altura de unos 4 metros en alguna ocasión. Me divertí mucho, pero estaba cagao.

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Parece que volvemos con el rabo entre las piernas, llevamos una hora y media, más de la mitad del trayecto y no hemos visto nada. Empezamos a pensar que nos persigue el gafe. Se acerca a nosotros el barco de North Sailing, el otro operador, que había ido hasta Flatey (habría visto los Frailecillos?) y sospechosamente al rato se escucha “whale, whale”. Y allí aparecieron resoplando un par de ballenas jorobadas. Queremos más, y nos indican que estemos atentos porque salen a respirar cada 6 minutos aproximadamente, pero puede haber otros individuos.  Afortunadamente el capitan de nuestro barco maniobra con mayor rapidez que el otro y volvemos a avistarlas cerca de nosotros. Intento sacar fotos pero no serán muy buenas. El ansia de inmortalizarlas hace que me pierda en directo este espectáculo, pero se agradecerá en el futuro tenerlas inmortalizadas.

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Hay otro periodo en el que no aparecen, y aprovechamos a subirnos a la parte de arriba de la cabina para poderlas ver desde arriba. Mientras trepamos por las empinadas escaleras se vuelve a oír el aviso de whale, y corremos hasta la barandilla. El barco vira y sujetando la cámara con una mano me agarro con la otra a la barandilla, pero me caigo encima de Jose y Nacho y estamos a punto de precipitarnos desde lo alto. La guía nos ve, y con buen criterio se aleja de nosotros, ¡qué paquetes! Las vemos un poco mal porque no los tapa el mástil de proa, pero las vemos.

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Tras unos minutos de espera y el baile con el otro barco decidimos que nuestro avistamiento se ha acabado. Emprendemos el viaje de vuelta hasta el puerto y en esta ocasión me quedo con Jose en el banco de popa que dicen que se mueve menos. Cierto, pero el agua salpica y se mete dentro del barco, te moja los pies y no nos deja ir hasta proa. Allí nos acabamos juntando con nuestros compañeros y nos volvemos a reír de la pose del primoten y su posesión del banco. Para acabar el trayecto la simpática guía nos ofrece un chocolate caliente que sienta de vicio y un bollo, kleinur, una especie de rosquilla retorcida que se agradece.

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Atracamos en el puerto y nos enteramos de que era la primera salida que hacía el capitán del barco, qué crack. Aprovechamos la ocasión para hacernos una foto con la rubia y abandonamos Hùsavik. Pero como seguimos con ansia de ver el dichoso Frailecillo, decidimos seguir recorriendo la península de Tjörnes en busca del acantilado que nos sirva para descubrir al pequeño pingüino. Recorremos la carretea 85 dirección norte, y nos metemos en algún camino o desvía que nos parecía tenía buena pinta, pero búsqueda infructuosa. Quizá deberíamos haber tirado hasta el pico norte de la península, pero quién sabe…

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Decidimos no liarnos demasiado y nos quedamos recorriendo tranquilamente la costa oeste de la península, abriendo vallas de ganado, y viendo los empecinados caballos islandeses cómo rodeaban el coche en busca de comida. Nos conformamos finalmente con el inicio de un atardecer sobre el mar y la roca, y de unos cuantos charranes y un pesado ostrero.

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Volvimos hacia Hùsavik, pensando que todo estaría cerrado pero aún queda abierta la gasolinera donde, para ser originales, zampamos una hamburguesa con patatas papriken. Estaba buena, aunque no tanto como la dependienta…

De vuelta al albergue dejamos a la avanzadilla preparándose para dormir y deshago el camino con el primotem para intentar fotografiar una puesta de sol. Os acordáis de que hace un rato ya empezamos a ver la puesta de sol? pues 2 horas después sigue en ello. Es el primer día que tenemos tan buena vista del ocaso del sol, y aprovechamos para indagar la posición exacta por la que se mete el sol y por donde saldrá dentro de escasas horas. Prácticamente se mete por el NNW y sale por el NNE, es increíble, tanto como que son las 23:30 y aún quedan 50 minutos para que se haga “de noche” y estemos ya con este ocaso.

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