6 de junio de 2011

6 de Junio 2011: cascadas gordas y ballenas

“Amanecidos” en Akureiry y habiendo repostado abandonamos el fiordo Eyjafjördur y nos dirigimos hacia Húsavik la localidad más famosa por sus avistamientos de ballenas. Hemos decidido zarpar por la tarde y aprovechamos de camino para ver un par de cascadas, de las grandes.

DSCF5605 La primera de ellas está junto a la Hringvegur (N1). Se trata de Godafoss, una impresionante cascada que sin ser de las más grandes del país es la más caudalosa que hemos visto hasta ahora. Se la llama la cascada de los dioses ya que en el año 1.000 Thorgeir el orador de leyes en la Althing (Parlamento) decidió el credo del país. Tras un día de meditación decidió que la nació sería cristiana, y mientras regresaba a casa arrojó a la cascada las esculturas de los dioses caídos tras su decisión.

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Tras las correspondientes fotos, divertidas algunas de ellas, y de esperar a que los rayos de sol iluminaran las grises aguas, decidimos hacer caso a la Lonely Planet, y tras pasar el puente sobre el río Skjálfandafljót tomamos la carretera sin asfaltar que sale a la derecha. Nos conducirá por el flanco derecho del río, y nos permite ver ovejas y gansos que vuelan junto a nosotros. Tenemos que cruzar el río hacia el otro lado a través de un puente y circulamos por la 842 que se convierte en la F26 al tomar un desvío a la izquierda. Recorremos unos cuantos km y toca cruzar arroyos del río principal, y abrir alguna cancela que cruza el camino. Tras pasar alguna pendiente y carteles que nos avisan de los riesgos de una F-road llegamos al aparcamiento que cuenta con dos pequeños cobertizos en forma de A que para mi sorpresa son retretes. Deben haber construido hace poco una nueva caseta, más grande, con baños mayores, por lo menos en lo que te puedas meter de pie, pero no tiene el carisma del cobertizo.

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Caminamos un poco pendiente abajo, y aunque sigue haciendo aire, empezamos a oir el rugido del agua, o como dice la guía, el susurro de los troles mientras golpean la roca. Aldeyjarfoss se muestra ante nosotros de forma violenta. El agua del Skjálfandafljót se precipita por un hueco desde el borde de la catarata y golpea con fuerza el fondo. Las columnas de basalto le confieren un marco incomparable. Lo que a la postre más nos gusta de esta cascada es que está fuera de las rutas más turísticas y el echo de encontrarnos solos y poder disfrutar del espectáculo, haciéndonos las fotos que nos diera la gana.

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La vuelta la hacemos por el lado izquierdo del río, para variar un poco la ruta, aunque los paisajes son similares. Volveremos a coger la N1 pero nos “desviamos” (incomprensiblemente el desvío es para seguir por la N1) por la 845 que nos dará acceso a nuestro hostel de los próximos dos días. Una casita junto a una granja en mitad del campo.

DSCF5755 - DSCF5770 - 12978x3787 - CCUL-Smartblend Una vez degustado un arroz con calamares, que estaba de aquella manera, salimos rumbo a Húsavik, siguiendo la 845. Es un pueblecito marinero turístico que vive de las ballenas. Ahora que su captura está “prohibida” por moratoria, el provecho que se le saca al mayor de los mamíferos es avistarlas en su medio, el mar. Recogemos los tiquets de Gentle Giants para el barco de las 16:45. Nos los vende una española, que nos avisa de que el mar está rabioso y nos ofrece pastillas para el mareo. El rato que tenemos hasta que zarpe el barco Sylvía, lo aprovechamos para visitar el museo de las ballenas y aprender algo más sobre los mamíferos marinos y las aves de la zona.

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Realmente instructivo el museo, pues nos acerca la biología y la ecología de los grandes mamíferos marinos, y nos enseña un poco a diferenciarlos, aunque como todo, sin práctica no vale para mucho. Así que tocaba echarnos a la mar a intentar avistar uno de estos impresionantes cetáceos. Al montar en el barco una interesante rubia finlandesa nos da la bienvenida y nos ofrece ropa de abrigo. Elegimos las tallas más grandes y nos enfundamos en unos buzos que estaría a la moda en los 90. Todo sea por no pasar frío. Forro, chaqueta, buzo, cremalleras hasta arriba, la braga hasta la nariz, el gorro, las gafas de ventisca, los prismáticos al cuello y la cámara por dentro del buzo.

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Zarpamos, nos colocamos delante, abandonamos la protección de pequeño puerto de Húsavik, y rápidamente descubrimos lo que va a ser la tónica de todo el viaje, un continuo vaivén que te hace imposible mantener la verticalidad y que te obliga a aferrarte con fuerza a cualquier parte fija del barco. Con Patri y Jose mojándose los pies en el banco bajo la cabina, Nacho y yo aguantábamos como podíamos en los tirantes de sujección del mástil, mientras el primo se hacía fuerte en lo que describimos como el peor sitio de todo el barco. Una imagen vale más que mil palabras, va por ti primotem.

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Pasaban las millas náuticas y ya veíamos pasar de cerca los frailecillos, pero de las ballenas no se veía nada. Cruzábamos la bahía y cada vez estaban más cerca las cumbres nevadas del otro lado. Viramos hacia la zona donde se había producido los avistamientos esta mañana, pero no hay suerte. Lo bueno es que navegamos en la misma dirección de las olas lo que nos permite soltarnos de los asideros. Voy hasta la proa y aprovecho para seguir buscando ballenas y aves. Te recorre por dentro la emoción de pensar en ser el primero que va a ver surgir la joroba de una de ellas, o su cola, pero nada. Volvemos a virar y vuelve el vaivén. Sigo en proa y el subibaja es continuo y cada vez más violento, tanto que no me deja volver a lugar seguro. Amortiguo los embates flexionando las piernas y en alguna ocasión creo que voy a echar a volar. Habría una diferencia de altura de unos 4 metros en alguna ocasión. Me divertí mucho, pero estaba cagao.

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Parece que volvemos con el rabo entre las piernas, llevamos una hora y media, más de la mitad del trayecto y no hemos visto nada. Empezamos a pensar que nos persigue el gafe. Se acerca a nosotros el barco de North Sailing, el otro operador, que había ido hasta Flatey (habría visto los Frailecillos?) y sospechosamente al rato se escucha “whale, whale”. Y allí aparecieron resoplando un par de ballenas jorobadas. Queremos más, y nos indican que estemos atentos porque salen a respirar cada 6 minutos aproximadamente, pero puede haber otros individuos.  Afortunadamente el capitan de nuestro barco maniobra con mayor rapidez que el otro y volvemos a avistarlas cerca de nosotros. Intento sacar fotos pero no serán muy buenas. El ansia de inmortalizarlas hace que me pierda en directo este espectáculo, pero se agradecerá en el futuro tenerlas inmortalizadas.

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Hay otro periodo en el que no aparecen, y aprovechamos a subirnos a la parte de arriba de la cabina para poderlas ver desde arriba. Mientras trepamos por las empinadas escaleras se vuelve a oír el aviso de whale, y corremos hasta la barandilla. El barco vira y sujetando la cámara con una mano me agarro con la otra a la barandilla, pero me caigo encima de Jose y Nacho y estamos a punto de precipitarnos desde lo alto. La guía nos ve, y con buen criterio se aleja de nosotros, ¡qué paquetes! Las vemos un poco mal porque no los tapa el mástil de proa, pero las vemos.

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Tras unos minutos de espera y el baile con el otro barco decidimos que nuestro avistamiento se ha acabado. Emprendemos el viaje de vuelta hasta el puerto y en esta ocasión me quedo con Jose en el banco de popa que dicen que se mueve menos. Cierto, pero el agua salpica y se mete dentro del barco, te moja los pies y no nos deja ir hasta proa. Allí nos acabamos juntando con nuestros compañeros y nos volvemos a reír de la pose del primoten y su posesión del banco. Para acabar el trayecto la simpática guía nos ofrece un chocolate caliente que sienta de vicio y un bollo, kleinur, una especie de rosquilla retorcida que se agradece.

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Atracamos en el puerto y nos enteramos de que era la primera salida que hacía el capitán del barco, qué crack. Aprovechamos la ocasión para hacernos una foto con la rubia y abandonamos Hùsavik. Pero como seguimos con ansia de ver el dichoso Frailecillo, decidimos seguir recorriendo la península de Tjörnes en busca del acantilado que nos sirva para descubrir al pequeño pingüino. Recorremos la carretea 85 dirección norte, y nos metemos en algún camino o desvía que nos parecía tenía buena pinta, pero búsqueda infructuosa. Quizá deberíamos haber tirado hasta el pico norte de la península, pero quién sabe…

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Decidimos no liarnos demasiado y nos quedamos recorriendo tranquilamente la costa oeste de la península, abriendo vallas de ganado, y viendo los empecinados caballos islandeses cómo rodeaban el coche en busca de comida. Nos conformamos finalmente con el inicio de un atardecer sobre el mar y la roca, y de unos cuantos charranes y un pesado ostrero.

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Volvimos hacia Hùsavik, pensando que todo estaría cerrado pero aún queda abierta la gasolinera donde, para ser originales, zampamos una hamburguesa con patatas papriken. Estaba buena, aunque no tanto como la dependienta…

De vuelta al albergue dejamos a la avanzadilla preparándose para dormir y deshago el camino con el primotem para intentar fotografiar una puesta de sol. Os acordáis de que hace un rato ya empezamos a ver la puesta de sol? pues 2 horas después sigue en ello. Es el primer día que tenemos tan buena vista del ocaso del sol, y aprovechamos para indagar la posición exacta por la que se mete el sol y por donde saldrá dentro de escasas horas. Prácticamente se mete por el NNW y sale por el NNE, es increíble, tanto como que son las 23:30 y aún quedan 50 minutos para que se haga “de noche” y estemos ya con este ocaso.

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2 comentarios:

  1. Y el barco ese no mareaba un poco?¿

    La verdad que os salio una jornada completa.
    Ahora como te imaginarás ha cautivado mi corazón las letrinas.

    No querrás volver?

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  2. Pedazo de día aquel, ¡qué bien lo has contado! menuda aventura la del Barco, entre tanto vaivén casi tocamos el mar con la mano "esto es un cascarón de nuez decías..." y la pastillita para el mareo no hizo mucho efecto la verdad, casi se repite lo del ferry. Lo mejor la gran Cascada y recordar cómo se agarraba el Primo al banquito en la proa

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