17 de mayo de 2009

Cañón del Río Duratón

Tres días consecutivos libres, inmersos en semanas tan ajetreadas, no podían librarse de nuestras aficiones. Así, en un aquí te pillo aquí te mato, impropio de mis virtudes, conseguí liar a mis amigos para combinar una ruta en bicicleta, con la visita a un Espacio Natural, aliñado con un rato de ornitología, consiguiendo un íntimo contacto con la naturaleza en buena compañía.

Y todo esto se fraguó en el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, un espacio enclavado dentro de las figuras de protección de la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. Situado en la provincia de Segovia, se trata de un profundo cañón fluvial donde nidifican diversidad de especies de aves rapaces, siendo característica la población de buitre leonado.

Ermira San justo

Esta cualidad del Parque era la que nos ofrecía un primer impedimento. Y es que en esta época (1 de enero a 31 de julio) es necesario solicitar un permiso en la Casa del Parque (921 540 586) para acceder a las Zonas de Reserva, lugar por donde iba a discurrir nuestra ruta. Se ha de salir cada 20 minutos en grupos de 5 personas con un máximo de 3 bicicletas por grupo. Así pues nos dispusimos en dos grupos. Primero salieron los fuera de serie (Nando y Dani), abriendo ruta, y posteriormente, retrasados por fuerza mayor, las chicas (Susana y Patricia) con un servidor.

Ya antes de empezar todo fue difícil, porque tuvimos que improvisar un pedal que sustituyera al automático que llevaba la bici de Patri (mi antigua bpro) que nos fue imposible cambiar. Menos mal al bricolaje de última hora que se sacó Dani de la manga, porque no me quiero imaginar cómo habría sido la ruta con automáticos en los pies de la chica.

ciclistas_duraton Y es que el comienzo de la ruta desde el Puente Talcano es bastante incómodo para el paseo, con continuos tramos de afloramientos de rocas calizas sobre el sendero que nos obligaban a echar pie a tierra, y algún que otro tronco que se cruzaba en nuestro camino. Pero salvados estos escollos iniciales el resto de ruta, 12 km hasta el Puente de Villaseca, eran bastante agradables, cruzando en todo momento el rico bosque de ribera que acompaña al Duratón en este tramo, circulando por un estrecho sendero, que aún se angostaba más al atravesar espesuras herbáceas que, coincidiendo con mayor densidad de árboles, evocaba recuerdos de selvas lejanas.

Un recorrido verdaderamente hermoso del que pude disfrutar con mis amigas, unas auténticas javatas. Una vez que llegamos al final de La Ruta Larga nos reagrupamos, descansamos un poco, y decidimos continuar un poco más para hacer la ruta de La Molinilla (apenas 2 km), plagada de cuevas labradas en las paredes del cañón, vestigios de antiguos moradores. Pero a los pocos metros el infortunio se cebó con Susi, que acabó con sus huesos en el lecho del río, cayendo desde cierta altura sobre unos restos de troncos con muy mala pinta que podían haber causado mucho más daño. Afortunadamente todo se saldó con un gran susto y unos pocos rasguños que a día de hoy de seguro seguirán doliendo, aunque ella diga que no.

Decidimos darnos la vuelta, y regresar los chicos a por los coches, ya que estábamos junto a la carretera, donde podíamos recoger a las chicas. Y en ese momento, por la premura de la situación y por las ganas de disfrutar del sendero, se desató la furia ciclista que llevábamos dentro, y devoramos los kilómetros de sendero a todo trapo, solo interrumpidos por algún obstáculo insalvable o por los paseantes de la zona a los que adelantábamos con el mayor de los respetos. Como comentamos, la ida estaba para disfrutar del enclave del sendero, de sus vistas, de las sensaciones más sensoriales. Pero la vuelta era para disfrutar de la bici en el sendero, de la velocidad, el trazado, la tensión del riesgo: curvas y recurvas contraperaltadas que te escupían hacia el río, árboles que se enmarañaban en el camino, piedras que aparecían de entre las hierbas... realmente divertido, muy divertido.

Ya sólo quedaba realizar el tramo en coche desde el aparcamiento hasta el Puente de Villaseca, por una carretera sinuosa y bastante especial pues unía la parte más abrupta del cañón con los páramos yermos que caracterizan Castilla. Una vez juntos aprovechamos para comer junto al río las viandas que cada uno traía. Gozar de la comida en un lugar tranquilo después de un esfuerzo es la mayor de las recompensas.

Para el final del día habíamos preparado la visita a la Ermita de San Frutos, enclavada en una de las más bellas hoces que forma un río ya embalsado por la presa de Burgomillodo. Y aquí no quise perder la oportunidad de sacar el telescopio (regalo precisamente de mis amigos) para seguir observando, esta vez desde más cerca y con más tranquilidad, la colonia de buitres que posee esta zona. Y me sigue impresionando cómo, justo de enfrente de un lugar con tanta presión turística como es la Ermita de San Frutos, los buitres forman sus nidos y sacan adelante sus pollos. En esta ocasión nos pudimos recrear con unos cuantos nidos con sus pollos ya muy crecidos, los vuelos de los buitres y el de un hermoso alimoche, y los graznidos de las chovas piquirrojas.

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El cansancio ya se dejaba sentir con fuerza, hasta Dani nos había dejado hace un rato, apresurado por problemas intestinales. Y había que regresar, tranquilamente a casa. Yo os dejo con unas cuantas fotos más, y os recomiendo ver el vídeo que grabaron los ciclistas del Club El Lanchar, que fue el que nos dio el último empujón para animarnos a realizar la ruta.

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1 comentario:

  1. Claro tío!

    Ya decía yo que no veía la crónica en tu blog. Hace semanas que he intentado entrar y lo tenías chapado al público pero cual ha sido mi sorpresa esta mañana al ver que estaba abierto y actualizado.

    Di que si. La gozamos como un cernícola, incluido Susana, jejeje. Si señor.

    Buitres y de todo!

    A escribir como un champiñon!

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