Quizá no haya en la vida mejor regalo que compartir con alguien los pinceles y cinceles con los que le pretendes dar forma, y sentir cómo también dejan huella en ti. El amor tiene sentido cuando es el de vuelta.
Llevo un tiempo, de forma recíproca, queriendo compartir con mi sobrino Diego una salida a la montaña, mi montaña, la que tanto aire me ha
dado. Y la fecha la tenía señalada desde hace unas semanas, pero he aprendido a
no planificar por encima de mis posibilidades, así que hasta el mismo día
anterior no se materializó el plan.
Como hace el famoso Jesús Calleja con sus invitados dormí con
él la noche anterior para ir tomando el pulso a los nervios del novel. Desde un
Valladolid envuelto en niebla salimos a las 8:30 con un par de horas de viaje
por delante. Con el coche desprendiendo hielo (alcanzamos mínima de –4,5 ºC
hasta que vimos el sol entrando en comarca sanabresa) llegamos a Puente de
Sanabria a coger pan para el camino. Dejamos preparadas las mochilas mientras el
sol anticiclónico de enero nos calienta el lomo.
El chico es curioso así que le voy dando unas nociones de
glaciarismo y modelado del paisaje. El lugar es una perfecta pizarra donde se
muestran morrenas laterales y frontales, bloques erráticos, canales de desagüe
y, cómo no, un lago glaciar, el mayor de España ante nuestros ojos. Toca pues
parada de explicación en la Playa de los Enanos.
Camino de Ribadelago le recuerdo la tragedia que inundó el
lugar, la cual tuvo su aniversario el día anterior y a la cual ya le rendí homenaje.
Aparcados en las inmediaciones del poblado de Moncabril y a
punto de partir hacia nuestra ruta por le Cañón del Cárdenas un caballero nos
advierte, contrariado, de que existe un cartel que advierte de la celebración de
una batida de caza que limita el acceso a los senderistas. Estuve torpe y
no comprobé dicho cartel así que no voy a cagarme en la madre que parió a los
cazadores, a los malditos políticos que aprueban leyes al gusto de grupos
minoritarios de presión entre los que destaca el lobby de la caza…no diré nada
pues ;)
Con el tiempo echándose encima tuvimos que pasar al plan B.
Nosotros deshicimos nuestros pasos hasta el Puente y nos desviamos hacia Sotillo
de Sanabria. Desde allí, a las 12:30, muy tarde, comenzamos la ruta que sube
hasta la Laguna de Sotillo y baja por las casadas del mismo nombre. Era una ruta
exigente, delicada tratándose de la segunda salida montañera de Diego, pero la
tomaremos kilómetro a kilómetro, viendo sensaciones, tiempos, distancias y
ganas.
El día es delicioso, salimos con los abrigos en la mochila y
pronto sentimos que sobran las primeras capas. Los 7 u 8 ºC de este día soleado
(aquí) y las primeras rampas nos hacen empezar a sudar, pero no nos detenemos a
quitarnos más ropa. Reconocemos que a los dos nos cuesta coger el ritmo al
principio, pero nos vamos despistando identificando árboles, algún pájaro y las
rocas de un camino que discurre bien marcado en forma de pista forestal.
Mientras conversamos, yo unos metros por delante, voy haciendo
cálculos de tiempo y de distancia. No me quiero arriesgar a que un día de campo
se torne en una experiencia desagradable y me establezco un límite de referencia
para dejar de darle vueltas: contamos con 6 horas de luz desde que emprendimos
la marcha; justo antes de la mitad miraremos dónde estamos y qué podemos hacer;
eso será a las 15 h y la teoría dice que deberíamos haber sobrepasado la mitad
de la ruta y estar bajando desde la Laguna camino de la Cascada.
Con ese pensamiento mantenemos un ritmo que nos permite
respirar el aire puro, hacer fotografías, descansar, tomarnos el bocadillo de
media mañana atrasado, pero sin deleitarnos demasiado, ese ha sido el acuerdo.
Así, con un ascenso continuo entre robles y algún acebo superamos la primera
parte de la subida, hasta los 1300 m. Llevamos hora y media caminando y no hemos
llegado a los 3 km, pero asomarnos a un mirador del valle del río Truchas y ver
en frente la cascada de Sotillo medio congelada nos sube la moral.
Proseguimos ahora con un tramo de un bonito sendero en falso llano que culmina con esa típica conversación “-Ahora empezamos a subir –…¿Y lo de antes qué era?”
Proseguimos ahora con un tramo de un bonito sendero en falso llano que culmina con esa típica conversación “-Ahora empezamos a subir –…¿Y lo de antes qué era?”
Ahora el camino se empina más, debemos poner atención de dónde
pisamos porque hay agua, los robles se alternar con avellanos y genistas, y el
cuadro es enmarcado por roca y musgo en un bodegón digno de cuento. Continuamos
ahora atentos a las balizas de madera de color amarillo que nos ayudan a
proseguir. Nos metemos en zona de umbría y las placas de hielo aparecen. Noto a
Diego cansado y me confiesa que va con la batería al 40% así que desisto de
completar la ruta. Estudio posibles alternativas mientras descansamos para
retomar aliento y mientras escuchamos al “aveperro” que ladra en la lejanía oigo
“Venga tío, seguimos”. Bravo, un poquito más.
Ahora llegamos a la parte alta de la ruta, sobre los 1500 m,
podemos imaginar la laguna ahí arriba, es el premio de la ruta, y no me gustaría
arrebatárselo al chico. Un esfuerzo más y podemos llegar, justos de tiempo lo
sensato sería regresar por el mismo camino, ya conocido, y que en caso de
hacerse de noche, acaba en pista forestal. Si proseguimos con la ruta inicial,
circular, el camino discurre por umbría, con placas de hielo, y cualquier
imprevisto que nos retrasase nos comprometería a acabar la ruta con poca luz por
la orilla del río Truchas que recuerdo algo errática. Llevaba linterna y GPS, sí
fuera solo no tendría tantas dudas, pero con un Diego… “Yo prefiero hacer un
camino distinto al de ida” y notarle con las baterías recargadas me dan el
definitivo empujón para decidir completar la ruta.
El premio del día está ante nosotros. La Laguna de Sotillo
prácticamente congelada nos saluda con un sol que anima a no tener dudas para
seguir. Unas fotos, el típico lanzamiento de piedras contra el hielo, algo de
comida y a seguir andando, son las 16 h, estamos en el punto medio de la ruta,
pero desde aquí todo es para abajo. Por el altiplano pongo un ritmo alegre para
recortarle tiempo a la ruta, y lo logramos. “Hay que correr cuando se puede para
poder ir despacio cuando el terreno lo requiere”, le explico.
Y charlando sobre el Camino de Santiago llegamos a lo que fue
el punto crítico de la ruta: cruzar el río Truchas por un puente de troncos de
abedul medio caído. Cruzo yo primero, lo veo seguro, bien cimentado, y lo
pasamos sin problema. Relleno mi suministro de agua y comenzamos el descenso
vertiginoso que nos conducirá a la Cascada de Sotillo, al igual que la laguna,
está medio congelada.
Me alegra comprobar que seguimos con el retraso de 30 minutos que calculé en el primer cuarto de ruta. Estamos clavando los tiempos intermedios y me relajo, llegaremos a tiempo. Aún así no hay que perder la atención, la bajada es por escalones artificiales y por rocas, y aún aparecen las temidas placas de hielo que nos pueden cortar el paso en cualquier momento.
Me alegra comprobar que seguimos con el retraso de 30 minutos que calculé en el primer cuarto de ruta. Estamos clavando los tiempos intermedios y me relajo, llegaremos a tiempo. Aún así no hay que perder la atención, la bajada es por escalones artificiales y por rocas, y aún aparecen las temidas placas de hielo que nos pueden cortar el paso en cualquier momento.
Pero en seguida nos encontramos pasando el último puente sobre
el río Truchas, desde aquí solo queda llanear por un sendero errante, que se
abre paso como puede entre zonas encharcadas. A las 18;30, según el horario
previsto en la última subida, aparecemos de nuevo en el pueblo de Sotillo, justo
cuando montamos en el coche se encienden las farolas. Cansados pero muy
orgullosos emprendemos la vuelta a casa. Ha sido un gran día en muy buena
compañía. Que sean muchos más!
Debo agradecer a los jóvenes, mis sobrinos, el que vuelva a tener la ilusión de escribir en este blog, porque con ellos todo adquiere algo de sentido, su sentido, el que le quieran dar ellos, que vienen detrás.
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